Por muchos años, el mundo del tenis británico tuvo que convivir con la imagen en blanco y negro de Fred Perry, campeón el Wimbledon en 1936. Es que, con el paso del tiempo, ningún local podía ser el mejor sobre el césped del All England y quitarle ese lugar a Perry. Pero la aparición de una joven promesa revivió la ilusión británicos. Murray se metió entre los mejores tenistas del mundo y, desde siempre, luchó por su gran objetivo: quitar de las transmisiones deportivas ese viejo retrato.
En 2012, cuando alcanzó su primera final de Wimbledon, estuvo cerca. El problema lo tuvo del otro lado de la red, donde el tenista más ganador de Grand Slam de la historia, Roger Federer, lo dejó sin chances y se impuso con autoridad. "Fue uno de los momentos más difíciles de mi carrera", reconoció hoy Murray.
Pocos meses después volvió a escribir historia: se consagró campeón del US Open. En una recordada final, se impuso ante el serbio Novak Djokovic por 7-6 (12), 7-5, 2-6, 3-6 y 6-2. Así, cortó una racha de cuatro finales de Grand Slam perdidas (tres con Federer -US Open 08, Australia 10 y Wimbledon 12- y una con Djokovic -Australia 11) y levantó su primer trofeo grande.
Sin embargo, y pese a que unos meses antes se había colgado el oro de los Juegos Olímpicos en Wimbledon, el joven seguía anhelando cumplir su gran sueño: el trofeo dorado del mítico torneo inglés. 2013 fue el año.
Casi desapercibido, y en el certamen donde las sorpresas estaban a la orden del día, Murray hizo un camino casi sin fisuras hasta la final. Pero esta vez, nuevamente ante Djokovic, no hubo errores ni nada para reprocharse. Fue una máquina digna de la revolución industrial.Jugó, pensó y ganó. Sólo le hicieron falta tres set para aplastar al número uno del mundo. Para borrar de los archivos recientes la foto del gran Perry. Para cumplir el sueño de pequeño escocés.
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