Verón. Para los más jóvenes, Sammy Sosa es aquel ex-beisbolista dominicano de piel oscura que nunca se aceptó así mismo y prefirió ser una quimera de colores durante los últimos 10 años. Sin embargo, los que crecieron viéndolo jugar nunca olvidarán que si una vez en la vida pensaban ser peloteros, era porque querían ser como ese dominicano de los Cachorros de Chicago.
Llevó el nombre de este país por todo lo alto, y si hoy día Quisqueya es uno de los principales referentes internacionales de Las Grandes Ligas, el legado de Sammy tiene mucho que ver. Porque como él mismo decía sobre su sana rivalidad con Mark McGwire en 1998: “yo soy el hombre de República Dominicana y él es de Estados Unidos”.
La estrella de Grandes Ligas que una vez fue limpia botas en las calles de San Pedro de Macorís, siempre defendió sus raíces a cada momento y hacía que los niños se sintieran tan orgullosos de ser dominicanos; los hacía sentir que sí se podía romper todo obstáculo para alcanzar los sueños.
Pero en el 2003, un corcho encontrado en su bate derribó en gran medida la idea del pelotero que millones de personas en el mundo habían idealizado. De esa forma, se demostró que el “Bambino del Caribe” era un tramposo que no se valió de su talento para lograr sus grandes números.
Fue así como el jugador dominicano pasó de ser una leyenda comparable a lo que fue Michael Jordan en la NBA para los fanáticos de la ciudad de Chicago, a alguien que, al pasar de los años, sus números pasaron cada vez más al olvido. Dos años después de que Sammy Sosa (en el 2011) conectara los 64 jonrones que crearon un club exclusivo para él, cuando aún jugaba para Chicago, pasó una de las vergüenzas más grandes para cualquier deportista: usar artimañas para su rendimiento.
Y se dio cuenta de que, como si de un juego de tetris se tratase, en la vida todos los hitos del pasado van desapareciendo por un error que conlleva un círculo vicioso hasta que se llega al “game over”.
Y es que los repetidos abucheos de los aficionados en muchos de los partidos que jugó en el 2004, más su bajo rendimiento en esa misma temporada, lo impulsaron a renunciar, de mala manera, al equipo en que jugó por más de 12 años. Un conjunto en el que alcanzó sus mayores récords y revivió un deporte que iba de capa caída, luego de la huelga que evitó que se celebrara la Serie Mundial del 94’.
Pero a partir de ese punto, la carrera de Sammy no hizo más que descender. De pasar de 50 jonrones conectados en el 2004, tres años después sólo pudo sacar la pelota en 20 ocasiones y redujo su efectividad en más de un 30%, que para tener 39 años en ese entonces son números sorprendentes, pero no lo suficiente para el dominicano que acabó anunciando su retirada.
Por todo esto, sus 609 jonrones, sus más de 2,400 hits, ser el único jugador en la historia con tres tem poradas sacando la pelota en más de 60 ocasiones y su histórica carrera de jonrones con Mark McGwire, parecen no ser suficientes para que el “Bambino del Caribe” sea inmortalizado en el Salón de la Fama.
No obstante su historial, Sammy siempre quedará en las memorias de los más viejos como el talento de un dominicano que llenó estadios y sus afueras, por la enorme potencia de sus batazos y lo humilde que siempre se mostró ante sus fanáticos.
Jean Garrido /redaccion@editorabavaro.com
2 comentarios:
Excelente artículo! Mis felicitaciones al autor.
Gracias Hermano , siempre a la orden !!
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