google.com, pub-2931170162646713, DIRECT, f08c47fec0942fa0 El Barcelona derrotó al Real Madrid con un gol de Luis Suarez. - Operación Deportiva

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lunes, 23 de marzo de 2015

El Barcelona derrotó al Real Madrid con un gol de Luis Suarez.

Con la misma crueldad con la que se las gastaba el viejo Real Madrid. Sin reparar en el centro del campo. Sin que importara el gobierno, el control del balón o la posesión. Qué más da. El Barcelona de Luis Enrique, con una concepción del juego radicalmente opuesta a señas de identidad que parecían sagradas, recitó su nuevo credo ante el pesar de Ancelotti y los suyos. 

De nada sirvió a los blancos intentar crecer con el cuero pegado a la bota, su monumental partido del primer tiempo, o las demostraciones de Modric o Benzema. Cada contragolpe local se clavó como un puñal en el corazón blanco (2-1), roto en mil pedazos ahora que el título de Liga, a cuatro puntos de distancia, comienza a escurrirse.
"Siempre me ha asustado la audacia del que sabe generar el caos a sabiendas del riesgo que provoca la segura difusión del aza". La frase corresponde al añorado cronista del subsuelo barcelonés Francisco Casavella. Proclama que bien podría estar dirigida a un hombre tan dado a los extremos como Luis Enrique. Porque el entrenador azulgrana ha hecho del caos su razón de ser, y del riesgo el camino más recto hacia el éxito. La apuesta, cierto es, atemoriza tanto como entusiasma, como los buenos cuentos de terror. Pero cada día no comparece en el Camp Nou un equipo como el de Ancelotti, que se fue de vacío, qué ironía, pese a desnudar las tremendas carencias en la medular de un Barcelona que hace ya demasiado tiempo que juega a otra cosa. El área, alfa y omega barcelonista.
No parecía hacer falta que Isco asomara o que Kroos tomara más responsabilidades de las necesarias. El menudo Modric, probablemente el futbolista más importante para el engranaje de este Real Madrid, se bastó para dejar en evidencia a los centrocampistas del Barcelona, a quien Mascherano, otra vez en el puesto del renqueante Busquets, no lograba ordenar. Iniesta y Rakitic, entregados desde hace tiempo a la causa vertical de Luis Enrique, no podían más que correr de arriba a abajo. Como si la búsqueda de la pausa fuera una quimera. El partido no pasaba por ellos. Y lo sabían.
Entregado en ese tramo inicial el Barcelona a lo que demandara el Madrid, Messi campaba por el terreno de juego con cara de no entender nada. Había lanzado la falta que significó el gol inaugural de Mathieu, cierto. Pero durante toda la primera parte, con la pelota a años luz de sus dominios, tuvo que ver cómo el futbolista que debía sufrirle, Marcelo, prefería treparle para echarse al monte. Los avances del lateral brasileño, a quien nadie iba a perseguir, fueron un auténtico tormento para los azulgrana en el primer acto. El primero de ellos, de hecho, concluyó con un remate al larguero de Cristiano después de que Benzema abriera los mares al portugués.
Era el día apropiado para que Cristiano comenzara a alejarse de esa imagen de hombre atormentado que venía consumiéndole en las últimas fechas, donde sólo pareció encontrar cobijo bajo un sombrero de copa. Cristiano no ahoga la rabia, sino que la expulsa, como si pretendiera ahuyentar a sus monstruos después de cada regate, después de cada carrera. Por eso cuando marcó el empate en el Camp Nou, ni siquiera advirtió que los compañeros venían a abrazarle. Prefirió ir hacia el córner para pedir calma a la grada. Su lucha, siempre su lucha.
La acción del empate madridista, sin embargo, pasará a la historia de los clásicos por el inolvidable pase de tacón de Benzema. Es el francés uno de los futbolistas más incomprendidos del panorama internacional, que siempre penalizó su porte de poeta. Pero pocos delanteros interpretan el fútbol como el galo, prestidigitador entre líneas, con un sexto sentido en el área sin igual.
Pero el Real Madrid, que fue capaz de hacer del Barcelona un equipo vulgar durante el último cuarto de hora de la primera parte, con el increíble Bravo arrebatándole un gol a Cristiano y Mateu anulándole otro a Bale tras fuera de juego del portugués, cometió el error de dejarse llevar. Sin ser plenamente consciente el equipo blanco de que a los de Luis Enrique el balón les trae sin cuidado. Es suficiente con intentar defender con criterio -Piqué y Mathieu rayaron a un excelente nivel- y lanzar un pelotazo largo. Calidad sobra en el frente para que alguien le dé sentido.
Lo hizo Luis Suárez, claro vencedor de su duelo con Pepe. Un delantero tan insaciable como instintivo. "He hecho goles que después me ha costado entender cómo exactamente los hice. Hay algo en la forma que juego que es inconsciente, para bien o para mal", admitía el uruguayo en su autobiografía. Confesión que se hizo una vez más patente en su tanto a Casillas, con un control sin tacha y un disparo cruzado propio del delantero que vive de la corazonada.
Esta vez, el Madrid no supo gestionar la desventaja desde el fútbol. El Barcelona, no sólo intimidó con sus contragolpes, sino que logró encontrar cierta calma cuando Messi abandonó la banda derecha para comenzar a avanzar por la garganta del campo. Neymar, desastroso en el comienzo, descubrió su mejor repertorio. Y La Pulga, por fin, acarició la sentencia por dos veces mientras Casillas sostenía a duras penas la persiana y Ancelotti se empequeñecía en un banco que cada vez quema más.
Fuente : ElMundo.es

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